En la Vereda El Pantano, en una hondanada, a unos metros de la Quebrada La Baja que alimenta el rio Vetas, está una de las casas más antiguas del municipio de California, Santander, detrás de sus paredes de bahareque está el molino de piedra mejor conservado del mundo, tal vez porque está en el olvido, pocos saben que existe.
Allí en la finca El Molino, nos recibió doña Ana Elsa Torres, una de las propietarias de la casa, llegó cuando tenía 10 años, hoy tiene 80. Además del ruido relajante de las aguas de la quebrada, el olor fresco de la harina de maíz recién molida nos trae sensaciones abrumadoras y nos transporta al pasado, a aquellos tiempos cuando los abuelos sembraban, molían los granos, amasaban y ponían el pan al horno.
En el centro de la casa, está el molino hidraúlico, revestido de una fina madera que esconde el interior donde yacen dos gruesas piedras cilíndricas que giran triturando los granos del maíz, el trigo, la cebada o lo que le pongan. Las piedras giran gracias a una rueda de tronco fino que está debajo de la casa la cual es atravesada por un túnel por donde bajan las aguas de la quebrada que mueven el engranaje.
De su historia poco se conoce, no se sabe quien construyó el molino, pero hay indicios que fue armado por allá en 1830, tal vez por descendientes de españoles que lo pusieron allí en la Provincia de Soto Norte como un negocio que por entonces era lucrativo. En pueblos como Vetas y Angostura de Santander, en Boyacá y otras regiones del país también los hubo, solo unos cuantos sobreviven pero no en las condiciones del molino de California.
La anfitriona, Ana Elsa, recuerda que sus papás compraron la finca a una comadre que era liberal y quien tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948 se fue por miedo y vendió la casa. En esa época el molino no era utilizado, pero los nuevos dueños se dieron a la tarea de ponerlo a funcionar. Tocó cambiarle la rueda de madera al molino porque estaba deteriorada.
“Empezamos a moler sin saber, dijimos con mi hermana soltémoslo para ver qué pasa, démosle tornillo para aquí, para allá , hicimos una partición de grano pero aprendimos a mover el molino que estuvo paralizado por un tiempo, cuando llegamos estaba abandonado”, acota la anciana que nunca ha dejado de trabajar y de amasar el pan.
Y así fue como abrieron una panadería en el Molino, con las sobras de la harina de quienes traían a moler el trigo, el maíz o la cebada empezaron a hacer los amasijos, eso sí no cobraban por la molida, a cambio se quedaban con los residuos esparcidos en los resquicios de las piedras, una manera de canje o de intercambio, “la maquila”, dice el sobrino de doña Ana Elsa, Diego Guerrero un joven que la ha acompañado los últimos años y es el panadero de la casa.
“Mucha gente llama a este lugar el pan del molino, aquí venían de Vetas, Suratá y otros pueblos porque sabían que se hacían amasijos y mandaban a moler en la fiesta de San Antonio el 13 de julio, traían en mulas y caballos el maíz, el trigo, lenteja y la cebada, para hacer el auténtico cuchuco y se los llevaba molidos”, cuenta la mujer.
Sin embargo los tiempos cambiaron, dice en tono de tristeza doña Elsa, “ ahora viene poca gente porque ya no hay grano, nadie siembra, los campos están solos, la agricultura se está acabando, por ahí se consigue maíz pero el trigo lo traemos de Bucaramanga importado. Hace ya unos 15 años que no hay cultivos la mayor parte de la gente se dedica la minería y otros se fueron”.
Ahora viven de la panadería artesanal, “ con eso subsistimos, el pan se lleva a las tiendas de don Ramiro Rodríguez y de don Luis Alfredo”, subraya doña Elsa. Su sobrino Diego Fabián Guerrero nos responde que no sabe a quién va pasar el molino porque está en sucesión.
El nació hace 30 años en Bucaramanga pero su infancia la vivió en California, se crió con su bisabuela, abuela y su tía Elsa de quien aprendió el arte de la panadería. Nos cuenta que el molino es una herencia de familia funciona con la fuerza del agua, “ es de ingeniería mecánica hidráulica, natural, amigable con el ambiente, no contamina para nada, ayuda con la oxigenación del agua que utilizamos del río, para mí es gratificante de gran gozo, decir que puedo utilizar los conocimientos de mis ancestros”, añade orgulloso Diego.
Diego ha sido invitado a ferias de emprendimiento en Bucaramanga y otros lugaraes en los cuales ha dado a conocer su negocio y el molino que funciona en California, un municipio de tradición minera desde hace siglos. “Explicamos que no sólo de minería podemos subsistir, que tenemos otras alternativas de ingresos y empleo, hoy la gente sólo está obsesionada con la minería y no quieren hacer más, en los colegios no capacitan para venir al campo,” se queja el joven panadero.
Los invitamos a escuchar a continuación en el Podcast Croniqueando con Jairo Tarazona el episodio de esta semana: El molino de piedra de California, Santander, una reliquia olvidada